martes, 8 de octubre de 2013

El laberinto - 1997 – José M. Prada Duran









La Madrugá se estremeció en el barrio de Santa María
cuando su voz enmudeció quedándose como dormía;
alboreando un Jueves de Semana Santa
se le apagaron las notas de su garganta.
Su corazón no resistió cuando la tuvo frente a frente
y con la Virgen se fue pa siempre, se fue pa siempre.
Y allí la Plaza de las Canastas quedó en silencio esperando
aquella saeta que nunca acabó porque murió cantando,
y allí seguirán sus quejíos, sonando, sonando.
Cuentan que hasta el Nazareno
miró de reojo por San Juan de Dios,
porque siempre a su Greñúo
le cantaba Julia desde su balcón,
pero a la cita ya no acudió, se quedó dormía
mientras se escuchaba "¡al Cielo con ella!";
hoy cantando está en el firmamento,
y aplausos le dan, y aplausos le dan


las estrellas.

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